viernes, 25 de mayo de 2007

EN BURGOS LOS MILENIOS SON UN DECIMAL



La espada Tizona vuelve a Burgos, aun sabiendo que no es auténtica, pero qué más da si con ello por un momento hacemos abstracción y nos imaginamos lo que pudo ser aquello, el Cid Campeador, Doña Jimena. Me puedo hacer a la idea cuando cada noche, antes de acostarme, me sumerjo en la lectura de Príncipe Valiente, cuya saga abarca desde los años 30 en que empezó a publicarse hasta casi los 80. La Cantarina de Val sería algo así como la Tizona, y Doña Jimena es reemplazada por la helénica Aleta, reina de las Islas de la Bruma.
El fin de semana pasado estuve en Burgos para participar en un curso, y regresé la mar de contento. La otra vez que estuve en la ciudad -luego creo que he vuelto muy brevemente, de paso- fue en el año 89, con JA, apenas habíamos comenzado a salir juntos y fue un viaje entrañable en el que recorrimos algunas ciudades del norte; de Burgos, aparte de la increíble catedral, recuerdo precisamente el camping de Fuentes Blancas, que he vuelto a visitar en esta ocasión.
Esta ciudad castellana es sorprendente, hermosa -y digo sorprendente porque no se hacen mucha propaganda, o si se la hacen no nos llega o no les hacemos caso- y sobria a un tiempo. Aparte de la catedral y sus estampas -desde el Paseo del Empecinado o el Parque de la Isla la impresión es muy parisina-, mis amables anfitriones me han paseado por el Castillo -con una vista extraordinaria-, la Cartuja de Miraflores -un alemán ha firmado un documental de tres horas sobre los monjes de clausura de allí, que se ha estrenado en los circuitos europeos de arte y ensayo; dentro puede contemplarse la bellísima Anunciación de Berruguete-, el monasterio de las Huelgas, San Pedro de Cardeña, un paraje realmente singular, para disfrutar con tiempo y en silencio, donde dicen que se formó en letras y leyes este afamado guerrero que allí se despidió también definitivamente de Jimena y donde, dicen, está enterrado su caballo Babieca -me contaron que los restos del propio Cid, en teoría en la catedral de Burgos, están esparcidos por muchos sitios distintos, ya que han sido objeto de botín continuo-.
Desde lo alto divisé también el futuro Museo de Atapuerca, con una estructura de armazón metálico muy a lo Pompidou -otra referencia parisina-, que pondrá en conexión el Burgos milenario con el actual, vibrante y seductor a su tranquila manera, extraordinariamente verde -todo está rodeado de parques y árboles- y acogedor.

A la vuelta en el autobús ya nos cayó encima el primer chaparronazo de estos días. El martes, cuando salíamos de clase los compañeros de Francés, comentamos que las tonalidades del cielo eran verdaderamente extrañas, que pocas veces habíamos observado un espectáculo así, cuando a continuación comenzó a descargar una de las tormentas más rabiosas que he tenido oportunidad de presenciar y que nos caló por completo antes de llegar a casa. Por cierto, mi profe de Francés guarda cierto parecido en el rostro -y no me he dado cuenta hasta ayer, último día de clase- con Geoffroy Messina. Es un chico muy majo, aunque se le ve el plumerete pro-Sarkozy.

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