sábado, 16 de junio de 2007

UN CAFÉ Y UNA FLOR CON MONTI CASTIÑEIRAS












Santiago de Compostela, donde recalé el pasado fin de semana tras una brevísima pasada por Coruña, es una ciudad para la dicha. La primera noche y tras conocer la efigie de las marías, homenaje a unas lugareñas y que es el punto de donde suelen partir las manis, enfilamos el camino de la Alameda, que es digno de un cuento de Grimm, y apareció a la derecha la perspectiva asombrosa y para mí inesperada de la catedral, altiva y húmeda; el clima fue además el que cabe desear de un mes de junio. Me pareció que Santiago -mi perspectiva es limitada, sólo he ido un par de veces y por poco tiempo-, que aparenta tener una vida cultural y alternativa interesante,es además como un mosaico o una sucesión de ciudades distintas y extrañamente acopladas, y en el intervalo urbanístico que se sucede de una a otra -por ejemplo, al ir caminando desde el campus universitario, que es un lujo, ya que se inserta en un paraje natural y junto a una prolongación de la ciudad donde se ensaya arquitectura de vanguardia, hasta la parte que ya va enlazando con el centro histórico- se dibujan a veces espacios no vacíos, pero sí indefinidos y de transición, incompletos, como lo es la rotonda donde antaño parece que funcionaba el cine Avenida, un espacio donde David Lynch podría haber rodado alguna de sus escenas más inquietantes, y esa categoría de presunta lynchiana hace a la ciudad más interesante aún, ya que no hay ciudad de los sueños sin su pesadilla y pensar que en Santiago también debe haber un reverso recóndito es parte del encanto que le he encontrado.
La parte vieja de bares me recordó en algo al barrio alto de Lisboa -aunque últimamente es fácil que algo me recuerde ese barrio, también me pasa en Malasaña- y pronto fuimos a parar a una especie de taberna emblemática y muy nacionalista -¿Tarasca?-, que a pesar de su apariencia de batalla sin concesión contenía una sorpresa, de la que me di cuenta enseguida, gracias a la música que se iba intercalando -hasta siete canciones de Fangoria y Dinarama en los dos días que estuve, y no las más conocidas, pusieron por ejemplo Amo el peligro, del Naturaleza Muerta-; y es que ya me explicó Branca que en Galicia el movimiento gay militante suele ir de la mano del nacionalismo. La noche del sábado en que acabamos dando con nuestros huesos en un after de guardia de dos plantas y rotundamente seventies fue un colofón especialmente divertido. Y todo ello, amenizado con maratonianas sesiones de trabajo, que es a lo que en definitiva fui allí. Gustome moito a cidade de dia y de noite.
Pero todavía quedaba una última y muy grata sorpresa, y es que una amiga de Branca -Branca y Francisco son una de mis parejas hetero favoritas, y por eso me hacía ilusión que tuvieran descendencia y finalmente se animaron, y mereció la pena, Duarte tiene poco más de un año y es lindo y reflexivo, creo que podría pasar un día entero mirándole- conoce más que bien a un actor que a mí me deslumbró hace un tiempo, el protagonista de las dos primeras partes de la trilogía dogma galega de Juan Pinzás -Era outra vez y Días de voda-. Como yo ya había hablado varias veces de mi entusiasmo por esas películas tan originales y por su protagonista -la tercera parte es fallida, se nota que no está Monti, ni Pilar Saavedra, y ni siquiera la rodaron en gallego, aunque Gurruchaga está que se sale-, Branca recordó de repente la situación y en un periquete se planteó la posibilidad inminente de que apareciera Monti en persona en la terraza donde estábamos comiendo. Yo no quise decir nada, pero se me produjo un cortocircuito repentino porque para mí Monti Castiñeiras -que interpreta en esas películas a un trepador sin escrúpulos pero muy poliédrico, absolutamente interesante- pertenecía al mundo de la ensoñación, no al de la realidad de tomar cañas y cafés con los amigos.
Apareció al final con un ramillete de flores, sencillo y atractivo. Las flores eran todas amarillas, menos una rosa que me ofreció. Charlamos todos un rato, no mucho tiempo, había prisa ya que mi avión salía en poco tiempo y yo pensaba que había que facturar mucho antes, como sucede en Barajas. Pronto, me dijo, iba a estrenar una película con Mercero, y rodará de nuevo con Pinzás y en Nueva York. Francisco nos hizo unas fotos y ya nos despedimos, hasta que en la próxima película se reincorpore a mi mundo, no al real, sino al de los sueños, que es tan importante como el otro. Allí nos veremos, Monti, un beso y muchas gracias por la flor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No tenía idea de que Monti fuera gay en la realidad.
Gracias por sacarme de dudas.

Karim.

Justo dijo...

No he dicho que lo fuera.. todo lo contrario, Karim, estuvimos con una novia o ex-novia suya.. de todos modos, ¿qué más da?

Un saludo