miércoles, 20 de febrero de 2008

MI EUROPA SE HACE AÑICOS


Quizá porque viví la época en la que España estaba fuera de todas las alianzas internacionales, instalada en una falsa y rancia autarquía, siempre he idealizado Europa, de una manera un tanto ingenua, lo reconozco. Para mí la idea europea es el respeto a los derechos humanos, las libertades, el progreso, la ilustración, el humanismo y los avances sociales; un paraíso, en definitiva, donde se aúna y concilia lo individual con lo colectivo. La Europa de Stefan Zweig, aquella que él atisbó de joven, cuando se podía viajar de un lugar a otro sin fronteras y de la que se despidió amargado al suicidarse con su compañera Lotte, tras dos atroces guerras mundiales y las consecuencias de las ideologías extremistas y exterminadoras.

Ahora soy mucho más escéptico. Y es que ¿a quién ilusiona la Unión Europea de este momento? En vez de unión cultural, solidaridad e intercambio no tenemos más que mercado –que no digo que esté mal, si fuera acompañado de una serie de medidas sociales- e intereses espurios que cada vez son menos los nuestros y más los de grandes compañías que sólo se representan a ellas, o de manadas de burócratas que se reúnen en edificios deprimentes nada más salir el sol.
¿Y todavía nos permitimos el lujo de hablar de Estados Unidos como si fueran estúpidos, cuando nosotros no sabemos ni lo que somos, o sí, un conjunto de países cada vez más desunidos y distantes, cada uno reivindicando su letra pequeña sin tener la generosidad de mirar al mismo tiempo hacia fuera, de intentar avanzar juntos para construir algo grande y hermoso, una tierra de libertad, diversidad y progreso?

En este continente cada año salen tres o cuatro países nuevos, de proporciones diminutas; eso sí, cada uno con su religión y su etnia diferenciada: es el sueño del fascismo hecho por fin realidad. Y que este despropósito, en su último episodio -la autoproclamada independencia de Kosovo-, haya sido reconocido de inmediato por Francia, por Alemania, por Italia, me descorazona porque está claro ya lo que somos: nada. O peor, una jaula de cucarachas egocéntricas y catetas.
Y aunque con las frívolas ofertas fiscales y otros disparates de campaña me había distanciado del gobierno Zapatero, ahora le aplaudo cerradamente por mantener la coherencia con la legalidad internacional y no haber reconocido ese territorio, aun a riesgo de nadar contra corriente -una vez más, porque comenzar la legislatura con la retirada de las tropas de Iraq fue un acto de valentía que sorprendió a todo el mundo y que hemos de continuar valorando, cuatro años después, en su justa medida-.

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